Un sueño soñaba anoche,
sueñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
mucho más que nieve fría.
-¿Por dónde has entrado amor?
¿Cómo has entrado mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el Amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
-¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
-Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy rápido se calzaba,
más rápido se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
-¡Ábreme la puerta blanca,
ábreme la puerta niña!.
-¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es debida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la muerte me está buscando,
junto a tí vida sería.
-Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzara,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
-nos vamos enamorado,
que la hora ya está cumplida
A cazar va don Rodrigo,
don Rodrigo el de Lara:
con el fiero sol que hace
busca un árbol y descaNsa,
maldiciendo a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
que si cerca lo tuviese,
ya le sacaría el alma.
El señor estando en esto,
Mudarrillo que asomaba.
-Dios te salve, caballero,
testigo de mi parada.
-Así haga a ti, escudero,
buena sea tu llegada.
-Decidme vos, caballero,
¿con qué nombre a ti te llaman?
-A mí dicen don Rodrigo,
fiel don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos,
hermano de doña Sancha;
siete sobrinos yo tuve
los siete infantes de Lara;
espero aquí a Mudarrillo,
hijo de la renegada;
si delante lo tuviese,
yo le sacaría el alma.
-Si a vos llaman don Rodrigo,
don Rodrigo el de Lara,
a mí Mudarra González,
hijo de la renegada;
de Gonzalo Gustos hijo
y tambiçen de doña Sancha;
siete hermanillos tuve
los siete infantes de Lara.
Tú los vendiste, traidor,
en el valle de Arabiana,
mas si Dios a mí me ayuda,
aquí dejarás el alma.
-Esperadme, don Gonzalo,
iré a recoger mis armas.
-La espera que tú diste
a los infantes de Lara,
aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha.
Conde Niño por amores
es niño y pasó a la mar;
va a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Mientras el caballo bebe
él canta dulce cantar;
todas las aves del cielo
se paraban a escuchar,
caminante que camina
olvida su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está:
-Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
sino es el Conde Niño
que por mí quiere finar.
¡Quién le pudiese valer
en su tan triste penar!
-Si por tus amores pena,
¡oh, malhaya su cantar!
y porque nunca los goce
yo le mandaré matar.
-Si le manda matar, madre,
juntos nos han de enterrar.
Él murió a la medianoche,
ella a los gallos cantar;
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de condes
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella nació una garza,
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par,
y el gavilan decía a la garza:
-Nunca más nos matarán.
Los dos siguieron volando,
los dos juntos par a par,
y prometieron para siempre,
que nunca se volverán a separar,
y que esos abrazos,
que nunca se dieron,
siempre se volverán a dar.
- Apártate, mora bella,
apártate, mora linda,
que va a beber mi caballo
de esa agua cristalina.
- No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva;
me cautivaron los moros
el día de Pascua Florida.
Las lágrimas de mis ojos
por mis mejillas corrían,
no me las pude secar
que amarrada me tenían.
- ¿Te quieres venir conmigo?
- Con usted, señor, me iría;
y estos pañales que lavo
¿en dónde los dejaría?
- Los malos al río abajo,
los buenos delante irían.
- Y mi honra caballero
¿en dónde la dejaría?
- Juro en la cruz de mi espada
que al pecho llevo ceñida
no hablarte una palabra
hasta los Montes de Oliva.
Ya llegaron a los montes,
suspiraba la cautiva.
- ¿Por qué lloras, mora bella,
por qué lloras, mora linda?
- Suspiro porque mi padre
a cazar aquí venía
y mi hermano don Bueso
en su compaña venía.
- ¡Válgame el Santo Cristo
y también las Tres Marías,
que pensé encontrar mujer
y encontré una hermana mía!
Levantóse Gerineldo,
que al rey dejara dormido,
fuese para la infanta
donde estaba en el castillo.
—Abridme, dijo, señora,
abridme, cuerpo garrido.
—¿Quién sois vos, el caballero,
que llamáis a mi postigo?
—Gerineldo soy, señora,
vuestro tan querido amigo.
Tomárala por la mano,
en un lecho la ha metido,
y besando y abrazando
Gerineldo se ha dormido.
Despertado había el rey
de un sueño despavorido;
tres veces lo había llamado,
ninguna le ha respondido.
—Gerineldo, Gerinaldo,
mi camarero pulido;
si me andas en traición,
me tratas como a enemigo.
O dormías con la infanta
o me has vendido el castillo.
Tomó la espada en la mano,
en gran saña va encendido,
fuérase para la cama
donde a Gerineldo ha visto.
El quisiéralo matar,
mas lo crio desde chiquito.
Sacara luego la espada,
entrambos la ha metido,
para que cuando despertase
viese cómo era sentido.
Despertado había la infanta
y la espada ha conocido.
—Despertaos, Gerineldo,
despierta sin un suspiro,
que la espada de mi padre
yo me la he bien conocido.
En el campo moro,
entre las olivas,
allí cautivaron
tres niñas perdidas;
el pícaro moro
que las cautivó
a la reina mora
se las entregó.
- Toma, reina mora,
estas tres cautivas,
para que te valgan,
para que te sirvan.
- ¿Cómo se llamaban?,
¿Cómo les decían?
- La mayor Constanza,
la menor Lucía,
y la más chiquita,
la llaman María.
Constanza amasaba,
Lucía cernía,
y la más chiquita
agua les traía.
Un día en la fuente,
en la fuente fría,
con un pobre viejo,
se halló la más niña.
- ¿Dónde vas, buen viejo,
camina, camina?
- Así voy buscando
a mis tres hijitas.
- ¿Cómo se llamaban?
¿Cómo les decían?
- La mayor Constanza,
la menor Lucía,
y la más pequeña,
se llama María.
- Usted es mi padre.
- ¡Tú eres mi hija!
- Yo voy a contarlo
a mis hermanitas.
- ¿No sabes, Constanza,
no sabes, Lucía,
que he encontrado a padre
en la fuente fría?
Constanza lloraba,
lloraba Lucía,
y la más pequeña
de gozo reía.
En Sevilla a un sevillano
siete hijas le dio Dios,
todas siete fueron hembras
y ninguna fue varón.
A la más chiquita de ellas
le llevó la inclinación
de ir a servir a la guerra
vestidita de varón.
Al montar en el caballo
la espada se le cayó;
por decir, maldita sea,
dijo: maldita sea yo.
El Rey que la estaba oyendo,
de amores se cautivó,
—Madre los ojos de Marcos
son de hembra, no de varón.
—Convídala tú, hijo mío,
a los rios a nadar,
que si ella fuese hembra
no se querrá desnudar.
Toditos los caballeros
se empiezan a desnudar,
y el caballero Don Marcos
se ha retirado a llorar.
—Por qué llora Vd. Don Marcos
—por qué debo de llorar,
por un falso testimonio
que me quieren levantar.
—No llores alma querida
no llores mi corazón,
que eso que tú tanto sientes,
eso lo deseo yo.